3 años, 11 meses y 17 días después regresaría el Martes Santo que solíamos conocer, pudiendo dejar atrás definitivamente el tiempo de pandemia, incertidumbre y zozobra que parecía que nunca marcharía. Volvería un tiempo cargado de ilusiones aún por estrenar, nervios y emociones sabiendo que, por fin, no habría nada que pudiera impedirlo.
Con una eucaristía preparatoria para nuestra estación de penitencia comenzaría el Martes Santo. Una amplia representación de nuestra Hermandad se desplazaría a su término hasta el monumento a San Juan Bosco situado en la plaza de Pío XII para realizar una ofrenda floral al fundador de la orden salesiana. En la basílica de María Auxiliadora recibiríamos posteriormente una representación de la corporación local, de la permanente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías, la Archicofradía de María Auxiliadora, nuestro Grupo Joven y a las hermandades de Ntro. Padre Jesús Nazareno y la Vera-Cruz y Santo Entierro quienes contemplarían a nuestros Sagrados Titulares sobre sus andas procesionales instantes previos a nuestra estación de penitencia. El paso del Señor presentaba los tradicionales claveles de color rojo mientras que el paso de palio se exornaba con claveles blancos salpicados con flores de cera en sus jarras y un friso y esquinas compuesto además de rosas y jacintos.
Instantes antes de las siete de la tarde se iniciaba la oración preparatoria para nuestra estación de penitencia. Este año se ofrecía por la paz del mundo, especialmente en Ucrania, por los jóvenes y la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa y por los frutos del Plan Pastoral Diocesano «Duc in Altum». Al término de la oración no habría compás de espera. Nuestro Hermano Mayor tomaba la palabra para ceder el testigo como máximo responsable de la cofradía en la calle al Diputado Mayor de Gobierno.
A la hora fijada se abrirían las puertas de la basílica salesiana. La cruz de guía abriría paso a un cortejo compuesto por 427 hermanos que vestirían la túnica de nazareno. Durante toda la estación de penitencia se constataría que, a pesar de la juventud generalizada del cortejo, la seriedad y compostura sería algo que trascendería de la edad.
Ya con la noche encima y con la candelería del paso de palio en su máximo esplendor la escuela de saetas, en la voz de Sofía Fernández, cantaría una saeta a Ntra. Sra. de las Veredas mientras el paso de palio se adentraba silenciosamente y al son de bambalinas en la calle Finita. Emotivo fue también el instante previo a adentrarse en los callejones de Santa María en el que el paso de palio tornaría 90º en pleno Sacramento hacia donde se encontraban las hermanas bordadoras quienes pudieron ver por fin en la calle a la dolorosa de las Veredas bajo el techo de palio al que tantas horas de trabajo le habrían dedicado.
Una vez abandonado el Altozano la capilla de San Francisco sería
el punto de encuentro de numerosos cofrades que esperarían a la
cofradía para acompañarla en su regreso al templo a lo largo de la calle Ancha.
Utrera se reencontraría por fin con su cofradía salesiana; aquella misma con la que soñaron unos antiguos alumnos y que hoy día quienes formamos parte de ella estamos encomendados a mantenerla con el mismo cariz de Don Bosco, y siempre bajo la atenta mirada del auxilio.